
El banco de las lágrimas
Tengo mi amigo del alma, mi compadre, algo más que todo esto… mi hermano, al que apodamos cariñosamente cepillo.
Ya son muchos años queriéndonos y pasando por guerras muy duras en las que ambos nos hemos demostrado más que de sobra que siempre estaremos uno para el otro y el otro para el uno.
Pues bien, en una de estas batallas, mi amigo me dio una lección que hoy te quiero transmitir porque es brillante y porque jamás la olvidé.
Corrían los años 90. Éramos jóvenes, simpáticos, con ganas de novias y bebíamos litronas. Mi amigo y yo íbamos a estudiar a una escuela pija de Marketing. Vamos a la que íbamos y no entrábamos pues éramos más de bares que de estudiar Marketing.
Mi amigo, que siempre ha sido bastante más bello que yo, se enamoró perdidamente de una chica muy joven, como lo éramos nosotros, pero mucho más bella que él.
¡Era guapísima! Mirada felina, labios carnosos y con un cuerpo que por mucho que comiera y bebiera se mantenía siempre igual.
Total que mi amigo se enredó en las lianas del amor, como no podía ser de otra forma. La mujer, de mirada gatuna, pasó con él el tiempo suficiente para que este amor calara hasta el tuétano; y a base de besos profundos y miradas que duraban más de lo normal quedó a merced de su antojo y sus caprichos.
Y así y como terminan las historias de amores no consumados: le dejó.
Sí sí, le dejó.
¿Motivos? quizás ninguno. Que éramos muy jóvenes y para ella mi amigo fue flor de un día. Pero ahí no entraré más que nada, porque quizás el motivo sólo lo sepa ella.
El caso es que mi amigo ese día se quedó muy triste. Nunca vi tanta tristeza en una sola tarde. Terminamos sentados en un banco. Mi amigo lloró y lloró amargamente. Y lloró hasta que no pudo más.
Cuando se hubo desahogado, se levantó, se limpió las lágrimas de sus ojos hinchados, me miró y me dijo: bueno qué ¿te apetece tomar algo?
Y así nos fuimos. Y así me explicó y me dio una lección que le he visto aplicar durante toda su vida: a los hechos tristes, dedícales un rato de llanto en un banco. Cuando termines, te limpias las lágrimas, te levanta, sigues viviendo y riendo y sigues tirando hacia adelante.
Y este principio es el que debería gobernar nuestro duro caminar en el mundo del autismo. Desgraciadamente en este mundo hay muchos, muchos, muchos momentos tristes. Momentos en los que verás y sentirás en tus carnes la diferencia de tu hijo.
Momentos en los que verás retrocesos en el aprendizaje y que creerás que tu hijo nunca aprenderá nada. En fin, momentos muy duros para unos padres que les cuesta a veces levantarse para empezar su día.
Pero querido padre y madre, tienes que dedicarle a estos momentos un rato para llorar, si lo necesitas, y una vez que hayas vaciado tu tarro de lágrimas, te levantas de “tu banco de llorar” con alegría y con la certeza de sacar a tu hijo adelante.
No hay otra manera de convivir con el autismo. Si en cada momento triste que te ofrece el autismo te quedas mucho tiempo en su banco, no te levantarás nunca.
Te lo digo por propia experiencia. He vivido los primeros años del autismo de mi hijo llorando más de lo debido. Y llorar como todo en esta vida tiene que tener fin. Ha de existir un momento en el que te digas a ti mismo: VALE ¡¡¡¡ SE ACABÓ¡¡¡¡ tengo que continuar.
No sirve de nada estar demasiado tiempo en el lodazal de la tristeza del autismo. Si lo estás siempre, tu alma estará llena de barro y esto tiene un precio muy alto que ni tú ni tu hijo os lo tenéis que permitir. La vida pasa muy rápido y hay que ser sensato y dedicarle a los ratos malos el tiempo que se merecen.
Mi amigo se levantó de aquel banco y nunca más volvió a hablar de la chica gatuna que le había dejado. Estuvo muy triste, pero el tiempo necesario. ¿Lloró? Sí, mucho, pero el tiempo necesario. ¿Aguantó el golpe de la mujer de los ojos bonitos? Sí, lo aguantó, pero sólo el tiempo necesario. Tras ese tiempo necesario, se limpió, se levantó y siguió su vida. De nada le hubiera servido estar en ese banco días, meses, años…
Si estás en ese banco sentando más tiempo de lo normal la vida pasará y tú la perderás. Recuerda que la vida no se casa con nadie y el tiempo mucho menos.
Llora si lo necesitas, pero cuando termines, te limpias, te levantas y sigues. Tú, tu hijo y tu familia lo necesitan.
-Reflexiones de un autista.
Fotografía: David Martín
Comentarios recientes