por F. Paredes | 29 Ene, 2018 | Lucas habla
Se acabó el año, pero no se acaban mis ganas de cruzar ríos llenos de esperanzas. No se acaban las que me llevan a ser igual que tú; a tener las mismas oportunidades que tus hijos, ni más ni menos sólo las mismas.
Se terminan los días largos pero pronto volverá el sol a brillar hasta tarde. Se terminan abrazos al aire y petardos que hacen temblar las paredes de la poca solidaridad. Se acaban consejos en la barra del bar y nacen las oportunidades de amor en las miradas de los adolescentes que se asoman al balcón del amor.
Quizás se acaba la vida y las dudas de saber si has obrado bien. En vida las caricias y los te quiero; en vida, pues después sólo es el jarabe para que no le suba la fiebre a la culpa y al haber podido hacer las cosas de otra forma.
Se acaba tu mirada y con ella se van las tardes arropado en tus brazos. ¡Todo se termina! es condición humana.
Se acaban los conceptos de haber intentado ser un buen hombre y de haberlo conseguido. Eso te llevas. La honradez y la honestidad de haber vivido una vida con el sentido de haber querido y sentirte querido. Sin aspavientos sin grandes elocuencias, pero todo se termina.
Se acaba el baile y el bar de la vida está a punto de cerrar. Aunque quieras tomarte la penúltima tienes que irte. Y avanzas por la calle oscura y fría pero tu semblante me dice que ya no volverás. Eso sí, bailaste lo mejor que sabías sin pisar nunca a tu pareja y mirando a los ojos de la persona amada como lo hace un caballero.
Hoy he visto cómo se está terminando un viaje y como está empezando otro sin ti. Pero hoy sé que algún día cuando llegue a mi última estación me estarás esperando pues sellaste un pacto y siempre fuiste fiel a ellos. Siempre te llevaré conmigo. Hasta siempre y recuerda nos vemos en la última estación.
Pero ese día, SILENCIO, te quedarás con tus maletas esperando pues el que no iré seré yo. Estaré hablando con mi familia, mis amigos y con los que confiaron en que siempre diría mi primera palabra.
Y así te podré decir ¡¡Hasta siempre!!
-Reflexiones de un autista.
Fotografía: David Martín
por F. Paredes | 25 Ene, 2018 | Lucas habla
Te lo pido desde el cariño más absoluto, ellos también están subiendo el Everest conmigo y muchas veces no llevan oxígeno y su ropa no está preparada para temperaturas tan bajas.
Sus estados anímicos, aunque tú los veas bien, son muy variables. Son personas que dibujan en sus caras la mejor de las sonrisas, pero por dentro pueden estar totalmente destrozados.
Ellos son así. Creen que nadie se merece cargar con sus mierdas, que cada uno ya tiene las suyas y con eso es suficiente. Pero precisamente por eso, dado que son respetuosos, lo tienes que ser tú con ellos. Elige bien los momentos para contarles cosas o para informarles de cosas que tú crees que me pueden venir bien.
Como siempre te pondré un ejemplo: si ellos vienen de tener un día muy duro conmigo quizás no sea el mejor momento para decirles que tu hijo ha sacado todas las notas con sobresaliente. No por nada, simplemente porque no son superhéroes y este comentario, que en otro momento les despertaría alegría, en ese momento lo único que les despierta es decepción, no por los sobresalientes sino porque no has sabido elegir el momento para contárselo. Para ello, tienes que poner en marcha la empatía y detectar en que momento anímico se encuentran. Con unas pocas palabras sabrás si es el momento adecuado para contar según qué cosas.
Otra cosa importante, no debes hablarles desde la pena, la condescendencia o con términos “No sé porque Dios manda cosas así”. Todo esto no les ayuda. Todo lo que puedas decir en este sentido ellos ya lo saben y sobre todo nunca toques ni de refilón el tema del planteamiento: “¿por qué os ha tocado a vosotros?” Esa pregunta es poner una mierda delante de un ventilador.
Lo que puedes hacer es escucharles, apoyarles, integrarme a mí, quedarte conmigo aunque sea 5 minutos para que ellos puedan hablar. Lo demás no ayuda, hazme caso. Lo que necesitan mis padres es estar solos y hablar de cómo van a subir el Everest conmigo: ayúdales a conseguir esos ratos.
No sirve de nada que les hables de lo duro que es el Everest, que si hace mucho frío, que si te tienes que llevar la ropa adecuada, que si no te olvides el oxígeno, que por qué te ha tocado a ti subir el Everest si tú no eres montañero.
En fin todo esto ya lo tienen ellos claro.
Si de verdad quieres ayudarles, dale ánimos, abrazos y escúchales, sólo con eso sacarán fuerzas para seguir escalando conmigo.
-Reflexiones de un autista.
Fotografía: David Martín
por F. Paredes | 22 Ene, 2018 | Formación
Cuando los padres de un hijo con autismo hablamos de ello y contamos las cosas tan feas con las que convivimos a diario, caminamos por una línea muy delgada. La línea de “dar pena”. La línea que si la traspasas, y es fácil hacerlo hablando de tu hijo con autismo, automáticamente te sitúas en el descampando de la pena y de la dureza con la que vives a diario.
Quizás lo cuentes con total objetividad y desde la razón, dejando un poco de lado tus emociones, pero sin quererlo ni desearlo el que tienes en frente, te “tiene pena”.
Para mostrarte esto, voy a contar una singularidad de las personas con autismo no verbales desde la razón más absoluta, desde la razón pura, sin involucrarme emocionalmente, para que veas lo fácil que es irse al territorio de “hay que penas me das”.
Una cosa que le pasa a mi hijo y le empieza a pasar bastante a menudo, ayer concretamente le ocurrió, yo estaba haciendo los deberes con mi hijo mayor y oímos a Lucas llorar que estaba en el cuarto de al lado. Era un llanto de tristeza. NO había gritos, ni susto de por medio, por lo que sabíamos que el llanto no era consecuencia de un golpe ni de un accidente. Era un llanto de desconsuelo, de desesperanza, de tristeza.
Su hermano y yo fuimos a verle y estaba sentado en la cama y llorando con una pena descomunal. NO sabíamos que había pasado. NO había signo de nada. Le miramos y no había ningún golpe que se hubiera podido dar, tampoco oímos ninguna caída. Le abracé y le cogí en brazos y eso que ya es un tiarrón, pero quería un abrazo. Lloraba sin parar y con una pena terrible. Aun sabiendo que mi hijo no habla, no puedo evitar que se me escapen preguntas como ¿pero qué te pasa hijo? ¿Pero por qué lloras?, evidentemente sabiendo que nunca te va a contestar.
Pues bien, como es todo racional, esperé, vi que no había sangre y mi cerebro me dictó: tranquilo, si le transmites tranquilidad él se tranquilizará. Y así fue, pasados unos momentos, se le pasó y volvió a ser el niño feliz que siempre es.
Y así de fácil, todo apoyado en la razón, dejando el corazón a un lado. No quiero que me tengas pena, pues es todo controlable por la razón humana y aquí se acaba todo. ¡¡Pues una mierda!! Esto es totalmente irracional. Que tú hijo llore con 8 años y no sepas los motivos porque no pueda hablar rompe la razón en mil pedazos y multiplica por diez la producción de tus emociones en forma de sombras y de callejones oscuros a los que no entrarías nunca si no pasara esto.
Ver a tu hijo sumido en una gran tristeza, sin saber que ocurre, es desesperante. Es de una gran tristeza y despierta en ti una impotencia como padre o madre, que te desgarra por dentro. Pasa, todo pasa.
¡Pues claro que pasa! pero desgraciadamente te deja una huella que no se borrará tan fácilmente como otras que suceden a lo largo de tu vida.
Y si te ha dado pena, pues que te dé. Porque esto alegre no es. Pero que te dé pena para actuar a favor de la integración. Que te dé pena para ayudar a los más débiles, para ayudar a los personas con autismo cuando te cruces en su camino. Que te dé pena para ser mejor persona o para intentar hacer tu mundo un poquito mejor del mundo que tenías ayer.
NO quiero que me tengas penas a mí. Sinceramente eso me da igual. De hecho me parece bastante absurdo y nada se consigue teniéndomela a mí o a mi familia. Procura que la pena te sirva para hacer cosas positivas por los demás, pero no focalices tu pena en mí, que eso es problema tuyo y no mío. No me hagas cargar con más ladrillos, que cada uno tenemos los nuestros y mi carretilla ya va bastante llena.
-Reflexiones de un autista.
Fotografía: David Martín
por F. Paredes | 18 Ene, 2018 | Lucas habla
No solo es montañero el que sube el Everest, también lo es aquel que va todos los domingos a la montaña y simplemente camina por ella.
Por eso, para integrarme no es necesario que hagas 23 maratones con una camiseta que ponga Reflexiones de una persona con autismo o que crees una fundación con el nombre de Ayudemos a Lucas.
La integración empieza por tu círculo más cercano, por pequeños detalles que puedes hacer en tu día a día y que servirán para que mi diferencia con el resto cada vez sea mejor entendida por todos.
Integrarme es por ejemplo: intentar que tu hijo se acerque contigo y me intente dar un abrazo o que tú intentes jugar conmigo haciéndome cosquillas. Mira, incluso se me ocurre que cuando te vayas a presentar, me hagas una presentación con pictogramas para saber quién eres; bueno, esto último es para gente brillante, pero seguro que alguien lo hace algún día.
Lo que no es integrarme es tratarme diferente que al resto de niños de mi edad, es decir no hacer las mismas cosas que se hacen con el resto.
Son detalles, simplemente detalles que pueden ayudar mucho.
Si vamos a comer un grupo de adultos y de niños no dejes una silla al lado de mi madre, siéntame con el resto de niños.
Si los niños se van a por un helado después de comer, levántate y llévame con ellos no me dejes sentado oyendo conversaciones de mayores mientras os tomáis un chupito color verde que parece para limpiar los platos.
Y siempre, siempre tienes que intentarlo, porque a mi lado están mis padres y si ven que haces algo que no es integración sino exposición al peligro, ellos te pararán.
Para que yo pueda llegar al Everest, necesito primero andar por las sendas de la montañas y no sé hacerlo solo. Necesito que me ayudes. Que me integres. Como te digo, mi vida es el Everest y de verdad, sería demasiado injusto que no sólo no llevaras mi mochila sino que encima metieras piedras en ella.
Si quiero tocar las cimas de mis posibilidades no hay más remedio que tú me ayudes; me ayudas integrándome, haciendo que mi diferencia sea sólo eso, diferencia, y no la base de los prejuicios y los comportamientos erróneos, ni las excusas para que me apartes aún más de la normalidad.
Cuando me veas la próxima vez intenta que tu hijo me dé un abrazo. Verás como si sigues mis consejos cada vez el mío estará más cerca.
Necesito que me ayudes a andar el camino ¡no lo olvides!
-Reflexiones de un autista.
Fotografía: David Martín
por F. Paredes | 15 Ene, 2018 | Lucas habla
Te voy a contar un cuento de superhéroes. En mi mundo Spiderman dispara chuches y la Masa me coge para que pueda saltar ese bordillo que yo solo no puedo. Ellos en mi mundo no disparan rayos láser, pero sí risas y abrazos.
Cada día, ellos se levantan convencidos de que avanzaré un poquito. Que seré capaz de decir una vocal o que seré capaz de meter ese aro de madera en ese palote que siempre se me resiste. Nunca tiran la toalla y mis avances son celebrados con cariño y un ¡¡¡BIENNNNNN LUCASSSS!!!! que sabe a agua fresca en el desierto del autismo.
Son capaces de meterse con cuatro de nosotros muchas horas en una clase y estirar nuestras posibilidades como si de chicle se tratara. Nunca se cansan y sus palabras siempre son de aliento y de ánimo para mí y mis compañeros. Son enormes guardianes de nuestro aprendizaje y consiguen merendarse bocadillos de paciencia con mantequilla de fuerza de voluntad.
No les mueve el dinero, ni siquiera la gratitud de una sociedad y unos padres que muchas veces piden más de lo que cualquier humano puede dar. Y ellos nunca se rinden. Siempre creen que se puede dar un poco más.
Son superhéroes porque un día la vida les preguntó qué querían hacer, y no se lo pensaron dos veces: decidieron ayudar a personas con autismo. Se han ganado el privilegio a opinar sobre mí y mis amigos, a no llevar corbatas y a que su móvil esté lleno de Lacasitos de chocolate. Estas personas, cuando se podrían ir de cañas como hacen las personas de su edad, se van con un grupo de personas con autismo a una casa en El Escorial.
Se meten en un cine sabiendo que quizás no podrán terminar la película, pero celebran con éxito aguantar un minuto más que la última vez. Intuyen cuando voy a ser capaz de decir mamá y jamás sienten que he fracasado.
No son mejores ni peores que tú, son simplemente superhéroes.
Estas personas son todos los profesionales que trabajan en mi colegio y que hacen que la grieta que hay entre la normalidad y la integración de los diferentes cada vez sea menor.
No pueden volar, pero si dar besos y abrazos a diario a personas con autismo y ese superpoder no lo cambian por nada.
La sociedad los necesita, son la elite de la dedicación y de la bondad, y algún día les pondrán donde deben estar.
Soy Lucas una persona con autismo y aprendo a lado de verdaderos superhéroes.
-Reflexiones de un autista.
Fotografía: David Martín
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