Jaque mate a tu corazón

Jaque mate a tu corazón

Hola Nieto. Te has hecho mayor. Ya no eres un niño. Estás en lo que llaman la vida adulta. Mides más que yo hace ya varios años, y tienes más fuerzas que tu padre y yo juntos. Hace tiempo que te quería contar nuestra historia, pues creo que algo nos unió de forma diabólica y maravillosa a la vez.

Tuve contigo algo, que no tuve con el resto de mis nietos, y no es porque fueras una persona con TEA. Pensar que te quise por eso, más que al resto, es de mediocres. Tengo los años suficientes, y la sabiduría acumulada necesaria, para mirarte a los ojos y decirte que si algo nos unió no fue tu trastorno. A mí eso siempre me dio igual.

Te lo explicaré. Desde que eras un crío, venías a mí e intentabas comunicarte poniendo encima de la mesa todos los recursos de los que disponías. Para muchos eran pocos, para mí era algo que solo hace alguien especial. Jamás a nadie le puedes pedir que dé algo más de lo que tiene, ¡JAMÁS!

Tú dabas todo a la hora de abrazarme y de besarme. Pero me tienes que entender, porque tú eres mi nieto, y junto a ti estaba tu padre, que es mi hijo. Mi amor siempre estuvo dividido. ¿Qué puede ser peor que te den a elegir entre el amor que tienes a un hijo o el que le tienes a un nieto?

Pero bueno, no nos pongamos profundos; yo quiero hablarte de cómo has llegado a la edad adulta, y de cómo nos fue la vida. El tiempo pasó, y así te fuiste haciendo mayor.

Es difícil hacer entender como dejaste de ser un bebé. En ese momento, yo estaba bien. Me costó mucho entender que no fueras igual que el resto, pero en seguida me acostumbré. La verdad es que al principio no te entendía, eras diferente que el resto de mis nietos. Esquivabas mis besos y jugabas al escondite con mis abrazos. Pero fue así como me empezaste a ganar.

Un día tu padre llegó hasta mí diciendo que no podía más. Estabas entrando en la adolescencia. Solo le dije una cosa, y es, que por un hijo siempre se puede más. Se marchó, y tiró contigo hacia adelante.

Veníais como siempre, los domingos, a verme, y yo, como hacía con todos mis nietos, intentaba jugar a juegos que no entendías y te daba consejos como si se los diera al aire del que bebíamos los dos. Pero los dos aguantamos, y sabiendo que tú y yo no éramos como el resto, apuntalamos nuestro amor con vigas de ternura y cariño, que son las que nunca se derrumban.

¡Hoy, tienes más de veinte! y yo, por cuatro multiplico tu edad. Hoy vienes a verme a una residencia de cuatro estrellas, de la que sé que ya nunca saldré. Hoy, tú sigues con tus balanceos y yo no me acuerdo de tu nombre.

A lo tuyo le llaman autismo, a lo mío demencia; para mí y para ti son simplemente mundos diferentes. Mundos diferentes donde jugamos al ajedrez imaginario. Donde no gana el que mata al rey, que eres tú, sino donde ganamos los peones que trabajamos por querernos con sinceridad y sin importarnos el final de la partida.

 

Un mundo donde no sé explicarte porque te quise más que al resto… pero el autismo no fue la causa.

Jaque mate a tu corazón


Fotografía: David Martín