El autismo y los Reyes Magos

Hay un lugar donde tres tipos con barbas que van montados en camellos elegantes conceden deseos a los niños y a los mayores en la noche en la que más trabajan.

Dos o tres días antes, estos tres seres maravillosos se muestran en una cosa que mis padres llaman “La Cabalgata de Reyes”, donde puedes ir a verlos. Y es allí donde yo me lo paso en grande observando a tantos niños, a tantos padres, todos felices.

Cuando sus enormes carrozas asoman por el inicio de la calle, no hay momentos para la tristeza ni para los enfados; todos, como si fuéramos una sola persona, queremos que lleguen a nuestro lado para gritarles: ¡¡¡A MI, A MI, MELCHOR, QUIERO CARAMELOS!!! y de paso aprovechamos para pedirles gritando o en silencio lo que queremos y deseamos para el año que acaba de comenzar.

Dura poco en comparación con lo que tienes que esperar, dura tan poco que hace plantearse a algunos padres si volverán el año próximo. Sin embargo, el momento es tan mágico, que año tras años esos que dudaron en volver no oponen la mínima resistencia y cogen a sus hijos para ver a sus Reales Majestades.

Este año pasó una cosa que al principio nos desconcertó mucho, pero que luego se convirtió en uno de esos momentos donde el autismo se relaja y te tiende la mano, y aparece una persona buena que entra sin pedir permiso en el Mundo AZUL y que lo hace tan bien que te dan ganas de llorar.

El caso es que cuando los Reyes Magos se aproximaban a nuestro lado yo estaba subiendo y bajando escaleras, que como ya sabéis muchos de vosotros es uno de mis hobbies favoritos, y por eso mi padre, que es muy listo, aprovechando que hay una estación de Metro cerca me estaba subiendo y bajando las escaleras mecánicas. Y los dos tan contentos.

Cuando salimos de la estación de Metro vimos como mi madre, mi hermano y un amigo salían corriendo hacia otra calle pues la policía había modificado el trayecto -las causas no se conocen-; igual que mi madre, mi hermano y el amigo, cientos de personas corrían para ocupar un nuevo lugar tras el cambio en el recorrido.

Nosotros, como lo mío no es correr hacia donde corre la gente, cuando llegamos a la altura de mi madre, que sí había conseguido sitio en primera línea, nos tuvimos que quedar detrás de toda la gente que ya ocupaba, sin pensar en los demás, sus sitios para estar cerca de los Reyes Magos; y es que a los Reyes Magos hay que tenerlos a tu lado siempre.

Además debo reconocer que tardamos en llegar al lugar porque perdimos un poco de tiempo, ya que había una churrería de estas portátiles que hay en muchos barrios, y mi padre me obsequió con un gran churro de chocolate. NO sé decirte si estaba mejor el churro o el chocolate.

¡La cuestión es que me quedé sin sitio! Por eso, cuando llegaron los Reyes a mi altura, por mucho que los niños que iban de pajes lanzaban caramelos, ninguno me llegaba.

Yo, sinceramente, estaba con mi churro, y mi boca llena de chocolate por lo que tampoco estaba triste. Ya se encargaba mi padre de radiarme y contarme todo lo que pasaba. Por cierto, ¡no lo hacía nada mal!

Pero cuando me iba a quedar sin caramelos, y ya se me había terminado el churro, apareció entre la gente una persona con las manos llenas de caramelos. Era un total desconocido. Se acercó a mí y me dijo: “Mira, estos caramelos son para ti. Los he cogido yo”.

Mi padre se quedó con los ojos abiertos y dándole las gracias de forma compulsiva no sabía qué hacer. El hombre de mediana edad me acariciaba el pelo y me ofrecía todos los caramelos a la vez que decía: “cuando te he visto, he pensado este niño no se va a quedar sin caramelos”. Y así surgió la magia.

Luego, hablando con mi padre, dijo que él tenía un sobrino que es una persona con autismo y que cuando me vio le recordé a él de pequeño. El hombre estaba emocionado, casi se le saltaron las lágrimas cuando cogí todos sus caramelos.

En fin, mi padre le dio las gracias y le preguntó cómo estaba su familiar. Le contestó que ya era mayor, pero que al mirarme era igualito a ese sobrino, que según él, era el que más quería.

Y así se despidió y se perdió entre la gente… Con la gratitud de mi padre y mi emoción como bandera, esa buena persona se marchó y allí nos dejó con muchos caramelos y con una de las situaciones más bonitas que hemos vivido desde que el autismo llegó a nuestras vidas.

No sé decirte quien era ese hombre, pero me gusta pensar que es uno de los Reyes Magos que vendría al día siguiente y nos traería un mundo más inclusivo para nosotros, las personas con autismo.

Gracias a mi amigo desconocido, comeré de nuevo caramelos en estos días de Reyes Magos.

Y por supuesto, mis gracias más sinceras a este señor que dio una lección a todos en una tarde fría y oscura de Cabalgatas de Reyes.

 

Reflexiones de una persona con autismo.