El origen de la palabra autismo

 

El trastorno del espectro autista (TEA) es un trastorno relativamente “joven” en el tiempo. Tanto es así que el origen de la definición de dicho trastorno se atribuye a tres autores, a dos de ellos se les atribuye la definición, pero uno fue realmente el que la acuñó, en los años 40 del siglo pasado. Concretamente el primero y más importante es el psiquiatra Leo Kanner, que publicó un artículo titulado “Alteraciones autistas del contacto afectivo” un una revista ya extinguida “Nervous Child” donde hizo unas descripciones minuciosas de 11 casos (8 niños y 3 niñas) que no encajaban en los síndromes y descripciones clínicas admitidos hasta el momento: “Desde 1938 nos han llamado la atención varios niños cuyos cuadros difieren, de forma tan notable y única de todos los que se conocían hasta ahora, que caso merece, y espero que recibirá con el tiempo, una consideración detallada de sus fascinantes peculiaridades”(Leo Kanner, 1943). Un año más tarde, Hans Asperger, pediatra vienés, 12 años más joven que Kanner publicó observaciones muy parecidas a Kanner. Los pacientes observados por éste mostraban un patrón de conducta: falta de empatía, ingenuidad poca habilidad para hacer amigos, lenguaje pedante o repetitivo, pobre comunicación no verbal, interés desmesurado por ciertos temas y torpeza motora y mala coordinación (Artigas-Pallares & Paula, 2012)

Sin embargo, el que realmente acuñó el término fue el psiquiatra suizo Paul Eugen Bleuler quien introdujo este término para referirse a una alteración, propia de la esquizofrenia, que implicaba un alejamiento de la realidad externa. Bleuler, profundamente interesado en la esquizofrenia, utilizó el significado inicial para referirse a la marcada tendencia de los pacientes esquizofrénicos a vivir encerrados en sí mismos, aislados del mundo emocional exterior(Campos Campos, 2020)

Desde entonces se empezó a investigar con cierta fuerza el trastorno, dada la complejidad del trastorno y los muchos aspectos físicos, psicológicos y neurológicos del individuo que se ven afectados. Las consecuencias negativas del trastorno no solo se retroalimentan entre ellas, si no que el diagnóstico es complicado, y existe un gran número de personas en el mundo afectadas por el trastorno. “Por todas estas razones, cobra fuerza hablar de trastornos del espectro autista (TEA), como un continuo de formas que se asocian con una amplia variedad de características, síntomas, factores etiológicos e incluso respuestas frente a los tratamientos “ (Rapin, 2002)

La ciencia por todo ello ha considerado a lo largo de todos estos años que es necesario conocer el origen del trastorno, su diagnóstico y conseguir terapias efectivas para los afectados por el trastorno. Esto ha ocasionado situar en el centro de la investigación científica, mayoritariamente a los sujetos afectados dejando algo de lado los estudios relacionados con el entorno familiar. La aparición de una persona con Trastorno del Espectro del Autismo en la familia supone una alteración; si bien a lo largo de muchos años predominó una visión deficitaria, patología y excepcional sobre estas personas, en las que la educación quedaba en las manos de especialistas centrándose en la persona y relegando a un segundo plano el papel de la familia o dedicándolo a cuidados y atención meramente instrumental, es decir, se buscaba como podría contribuir la familia o dedicándolo a cuidados y atención meramente instrumental. (Baña, 2011)

 

Reflexiones de una persona con autismo