No me quieres, cuando mi diferencia resulta la solución a las bromas que haces porque no eres una persona graciosa.

Tú a mí no me quieres, cuando en el trabajo para dirigirte a una persona introvertida, te diriges a él con el calificativo de “puto autista”.

No me quieres, cuando te pones hecho un energúmeno en el parque porque me he colado en el tobogán y, aún sabiendo que soy diferente, haces aspavientos como si te hubiera robado el reloj y la cartera.

No es querer, cuando por no saber que decir te cambias de acera y llegas a casa con la excusa barata: “me he tenido que cambiar de acera porque estaba el padre del autista con el niño y de verdad que no sé que hacer”.

Para no quererme sólo tienes cosas tan sencillas como: no intentar comunicarte, no saludarme, no abrazarme o asustarte si voy hacia ti.

Es más fácil no quererme que quererme. Estás acostumbrado a querer de una manera determinada y así no puedes hacerlo conmigo. Y no me quieres cuando ni siquiera lo intentas por el esfuerzo que te cuesta.

Tú a mí no me quieres si no me ayudas a comunicarme, si me gritas o me llevas a sitios donde hay mucho ruido.

No me quieres demasiado si intentas llegar hasta mí por los mismos caminos que llegas al resto y no eres capaz de crear nuevos puentes de acercamiento hasta mí.

No quererme es tan sencillo como decir: no me quedo con él porque me supera. ¡Pues claro! o te crees que todo el que se queda conmigo es capaz de controlarme. Solamente son más valientes que tú.

Es más fácil ir al parque con un niño que no sea autista: no se comerá la tierra, ni saldrá corriendo para notar el viento en su cara. Pero si eliges no llevarme nunca al parque por estos motivos, es que no me quieres.

Si no me llevas al parque, si no me das chuches, si no me das un beso que yo esquivo, si no entiendes a mi familia o si llamas a mi hermano Hugo el “hermano del autista”, demuestras que no me quieres.

Y piénsalo bien, si no me quieres, no te estás queriendo tú. Porque yo soy agua limpia. Yo jamás te pediré nada. Nunca te echaré en cara que no traes un regalo cuando vengas a verme. NO te diré jamás que no me puedo poner al teléfono. Nunca me enfadaré si las chuches no están blandas o si el helado es de vainilla y no de chocolate.

Debes pensarlo bien y llegar al convencimiento de que quererme a mí al final es más fácil que querer a cualquier otra persona. NO por mi debilidad o mi diferencia, pues eso sería misericordia o compasión; yo vuelo más alto, quiero tu cariño, quiero tu adaptación.

El quererme te va a ocasionar trabajo para encontrar el camino y un cambio de enfoque porque yo soy de otra manera. Pero nunca tan poco trabajo tuvo tanta recompensa.

Querer a una persona con autismo requiere un esfuerzo, pero cuando lo hagas, comprobarás que merece la pena.

Date prisa te estoy esperando para quererme.

-Reflexiones de un autista.

 


Fotografía: David Martín