Hay un tren que para en tu vida, sin que tu hayas sacado un billete.

Te montan en ese tren a empujones y sin saber que te vas a encontrar dentro. Lo malo es que viene “disfrazado” de lo que más quieres en esta vida.

No sabes donde te llevará, donde parará. A veces avanza y a veces se para. Y a veces avanza y luego retrocede volviendo aún más atrás de donde empezó.

La cerveza en ese tren está caliente, y los aperitivos rancios.

El aire acondicionado hace mucho que dejó de funcionar, y cuando llega el invierno el único calor que tienes es el de toda tu familia, a la que sin tu saberlo también le sacaron un billete.

Cada persona que va en ese tren, hace lo que debe, lo que sabe y muchas veces lo que puede. Ayuda a los demás pasajeros, cuando le quedan algo de fuerzas, pues el viaje sabe que durará toda la vida.

Una vez dentro ya no puedes bajar, y si lo haces abandonando el mismo, dejas atrás lo que más quieres. Algunos lo hacen, y al final de sus días, estoy seguro que se arrepentirán de no haber seguido subidos a ese tren por duro que fuera el viaje.

El viaje empieza con un diagnóstico, y a partir de ahí, la gente llora, se arrodilla, y le cuesta levantarse para poder acomodarse en los maltrechos vagones. Y los que van dentro, y llevan ya mucho tiempo, recitan una palabra como si de un viejo mantra se tratara intentando hacer ver a los nuevos que solo con eso podrán superar el viaje que les espera: AMOR Y PACIENCIA, AMOR Y PACIENCIA, AMOR Y PACIENCIA…………

Al principio del viaje, miras por las ventanas, y solo ves nubes negras y lluvia del mismo color. Pero los que llevan allí mucho tiempo, saben que será cuestión de tiempo que empieces a ver el sol, y un cielo color azul. Tú no entiendes nada. Ese billete no le pediste.

Querías un billete de un tren magnífico, con sus posibles fallos en el futuro, pero que te hiciera la vida cómoda a medida que pasara el tiempo. Y te encuentras en un tren donde cada día es una sorpresa amarga. Y donde además cuanto más tiempo más pasa, a veces mas te cuesta seguir con ese viaje.

Pero amigo/a que bonito cuando de repente, y a base de tiempo, de mucho trabajar de mucho hablar con los que saben de ese viaje, empiezas a ver algún rayo de un sol cristalino que se cuela entre las ventanas rotas. Qué bonito cuando por fin la lluvia negra cesa y el día clarea con una temperatura agradable, ni frío ni calor.

Pero qué bonito, cuándo empiezas a entender que los viajes más duros son a veces los más bonitos. Que sirven para conocer a gente maravillosa. Gente de otros lugares del mundo que tampoco compraron ese billete, pero que al igual que tú y estando en el mismo vagón que tú, solamente ven días soleados.

Y ya todo empieza a cobrar sentido.

No solo ves el sol y el cielo azul, si no que a veces ves paisajes que nunca hubieras visto si no te hubieras subido a ese tren. Porque esos paisajes, esas experiencias jamás se pueden tener si no inicias ese viaje.

Comprendes que el tren lo que está haciendo es hacerte mejor persona. Mejor ser humano. Que ya eres capaz de no quejarte por tonterías y que tu capacidad para diferenciar lo que es urgente e importante aumenta de manera proporcional en olvidarte de lo que no lo es.

En ese tren va gente como tú. Con sus defectos, con sus virtudes, pero todos con la misma inquietud: ¿Dónde terminaremos?.

Pero ¿Sabes qué pasa? que al final toda esa gente que va contigo se empieza a olvidar hacia dónde va, y empieza a disfrutar . Empieza a disfrutar del día a día, con sus seres queridos. Porque los cambios que ha hecho ese tren le han hecho apreciar cosas que jamás antes había caído en ellas. Porque los días que lleva en ese tren le han hecho duro, le han dado una capacidad enorme de sacrificio y de lucha, y sobre todo le han dado la capacidad de tener claro su objetivo: No sé donde iré pero lo que si voy a conseguir es que mientras dure este viaje mis seres queridos estarán bien.

Y yo seré, su frió en los días de calor intenso, yo les arroparé cuando tengan frío. Yo buscaré comida cuando la que hay esté rancia.

El viaje se hace enormemente gratificante cuando comprendes que si todos los que van ese tren están mejor, tú también lo estarás. Y cada hora, cada minuto y cada segundo luchas porque no le falte nada a los que más quieres.

Ese tren es el tren del autismo, y yo no pedí ningún billete para montarme en él.

Pero te prometo que ahora que estoy subido nadie ni nada va a conseguir que no busque la felicidad para los míos y para mí.

Nadie, ni nada recuerda. Por muy malo que sea el tren, ya estoy yo para hacer que el viaje sea lo mejor que nos ha pasado en la vida.

 

Fdo. Fran Paredes, padre de una persona con autismo.