La integración funciona como la felicidad. La gobiernan dos principios básicos: no depende del dinero que tengas y está escondida en los pequeños detalles de tu día a día.

Tontos no somos y no seré yo el que diga que está mal crear parques para personas con autismo, puestos de trabajo, subvenciones del gobierno y un largo etcétera de políticas sociales que ayudan a los más desfavorecidos.

Pues por supuesto que sí. ¡Ole y mil veces ole! por estas iniciativas que son fruto del trabajo de muchas personas. Me quito el sombrero delante de todas estas iniciativas.

Pero para explicarme bien te voy a meter de lleno en mis pensamientos y en sus preguntas, cuyas contestaciones demuestran que nos estamos olvidando de los pequeños detalles:

-Lucas tiene 7 años, ¿sabes cuántas veces le han invitado a un cumpleaños los niños de su clase?
Dos veces. Y a mi hijo mayor se me han olvidado ya.

-Lucas tiene 7 años, ¿sabes cuántas veces alguien ha venido a buscarle para que bajara a jugar al parque? (lógicamente acompañado por mi).
Ninguna.

-Lucas tiene 7 años ¿sabes cuántas veces alguien se lo ha llevado al cine, sabiendo que solamente aguantaría 5 minutos y que se tendría que salir?
Ninguna.

-Lucas tiene 7 años ¿sabes cuántas veces algún amigo se ha quedado con él una tarde para jugar o para que vea la televisión?
Ninguna

Y así podría seguir enumerando cosas que Lucas no ha hecho nunca o no ha tenido la oportunidad de conocer porque como sociedad hemos decidido no integrar en los pequeños detalles.

Evidentemente quedarse con Lucas una tarde es un pequeño calvario para alguien que le conoce. Por eso mismo yo diría que no, pero es que nadie me lo ha preguntado. Nadie ha llamado al timbre para venir a buscar a Lucas y que baje al parque –junto conmigo- como hacen todos los niños del mundo.

Sus pocas habilidades sociales le separan de los niños neurotípicos (este término se utiliza para designar a aquellas personas que no presentan trastornos de tipo autista). Eso es evidente. Pero si no le ofrecemos la oportunidad de acercarle a sus semejantes la grieta cada vez será mayor.

Le vamos aislando y llega un momento en el que el silencio es el único que llama a su puerta para jugar. Como sociedad deberíamos estar más presentes en los pequeños detalles; detalles que a nosotros los padres son los que nos lastran y nos hieren día a día.

Integrar, para mí, supone tratar a personas diferentes con el mismo criterio que tratamos al resto. Hacer con ellos las mismas cosas que hacemos con el resto. Y eso depende de nosotros. No depende de que se apruebe una normativa Europea en no sé dónde para que luego la Legislación Española la transponga a nuestro Derecho interno.

¡Un beso es gratis! ¡Un abrazo no cuesta nada! Un rato con Lucas tampoco es malo. Te garantizo que has pasado miles de ratos peores que estando al lado de mi hijo.
¿Qué pasa entonces? ¿Por qué no se hace?

No digo que haya maldad en estos pequeños detalles. Mi impresión es que no los hacemos por: miedo, desconocimiento y sobre todo porque no sabemos el gran impacto positivo que tendría en mi hijo y en mí y en mi mujer.

Si algún conocido se me acerca y me dice: ¿Oye me puedo llevar a Lucas al cine?, me daría la mayor alegría del mundo. Quizás le diría que no o me iría yo con él y por supuesto pagaría yo el cine de todos (no es cuestión de dinero). Jamás olvidaría ese gesto que nos haría felices. Para Lucas sería increíble, pues tendría la oportunidad de pasar una tarde socializando que tanta falta le hace.

Al igual que veo esta parte obscura de la integración, también hay personas que de manera totalmente espontánea y natural ayudan a Lucas en los pequeños detalles. El frutero del barrio le da uvas, como haría con cualquier niño, aunque sepa que va a salir corriendo y no le hará caso. El camarero del bar siempre que le ve sale de la barra y le da una piruleta, como hace con todos los niños, sabiendo que Lucas no le hará ni puto caso. Pero estas personas lo hacen siempre, independientemente de la condición de Lucas. Lo hacen como lo hacen con cualquier niño. Es decir, están igualando a Lucas a sus semejantes independientemente de su comportamiento.

Es muy evidente que las respuestas de Lucas en las interacciones sociales son peores que tomarse un buen asado con una Coca-Cola light. No se acerca a ningún niño. No puede hablar. No juega a los juegos que juegan todos. Es decir, es muy difícil y complicado llegar hasta él. Pero amigo no es imposible.

La solución no es alejarte y pasar de él, pues Lucas nunca va a ir hacia ti. Lucas no podrá ir a llamarte para que bajes a jugar. Lucas no podrá llamarte para ir al cine. Lucas no podrá entregarte personalmente las invitaciones de su cumpleaños.

Tienes que ser tú el que lleves la batuta de la relación con Lucas. Comprendo que esta relación además será descompensada pues siempre darás tú más que él. Pero te garantizo que lo que él te ofrezca en pequeñas dosis nadie te lo va a ofrecer en este mundo.

Por favor, no te olvides de los pequeños detalles en la integración, ahí radica mucho del triunfo de todos nosotros como sociedad en el reto de INTEGRAR AL DIFERENTE.

-Reflexiones de un autista.

 


Fotografía: David Martín