Te sigo pero los años van pasando y cada vez tú eres más rápido y yo más lento.  Llegará un día en que me tendrás que esperar o no podré correr más detrás de ti.

Hijo mío quiero estar a tu lado, y no a tu espalda.

Cuando el mar se ponga bravo, estaré junto a ti para poder cogerte si el mar te quiere llevar,

y al llegar a puerto bajaremos juntos las escaleras ayudándote a dar los primeros paso en tierra firme.

Hijo mío si corres mucho te pierdo, y no quiero perderte nunca. Eso me asusta, se hace de noche cuando no te veo y dejo de creer en la magia del aleteo de tus manos.

Para por favor, no corras más.

Tú ves metas que yo no veo, y cuando te cruzas con gente te la imaginas aplaudiendo, pero yo solo veo caras de asombro y algún que otro cuchicheo que seguro que empieza con las palabras: ¡Pobre Padre!

Ya casi no consigo seguirte.

Primero fueron tus abuelos los que un día dijeron: ya no podemos pasear con Lucas, pues sale corriendo y no le pillamos.

Hace poco ha sido tu madre la que ha reconocido: yo ya no le pillo.

De momento yo te aguanto el ritmo, pero ¿cuánto tardaré en no poder cogerte?

Espero que ese momento llegue más tarde que la ausencia de las razones por las que tú corres.

¡Hijo mío, no corras!

Sé que eres feliz cuando lo haces, pues siempre ríes y gritas de felicidad, pero te pones en peligro. Vas nadando en risas y volando con alas de felicidad en tu mundo  que no te permite advertir la carretera que tienes en frente y por la que pasan mil coches que no te ven.

Yo puedo ayudarte y protegerte, y pararte, pero si corres y no te alcanzo no podré hacer nada de esto, y me asusta.

¡Para! No corras más hijo… ¿Por qué sigues corriendo cuando te grito? ¿Por qué me llevas al límite de mis fuerzas y de la ansiedad de no poder cogerte?

Sé que pararás al borde de la carretera. Pero una vez no lo hiciste y, el milagro se produjo pues no venía ningún coche, cruzaste una gran avenida de cuatro carriles tú solo. Sólo lo has hecho una vez. Pero en esta vida hay cosas que es suficiente hacerlas solo una vez.

Solamente pido que pueda seguir corriendo y que te alcance siempre o, que algún día cuando te diga no corras, me hagas caso. De momento pasear contigo me lleva a un nivel de estrés grande porque me asusto cuando no llego a cogerte.

Por lo menos lo que si te pido es que no pases nunca la carretera si no llego a tiempo.

¡Por favor, hijo, PARA!

 

Reflexiones de una persona con autismo