No solo es montañero el que sube el Everest, también lo es aquel que va todos los domingos a la montaña y simplemente camina por ella.

Por eso, para integrarme no es necesario que hagas 23 maratones con una camiseta que ponga Reflexiones de una persona con autismo o que crees una fundación con el nombre de Ayudemos a Lucas.

La integración empieza por tu círculo más cercano, por pequeños detalles que puedes hacer en tu día a día y que servirán para que mi diferencia con el resto cada vez sea mejor entendida por todos.

Integrarme es por ejemplo: intentar que tu hijo se acerque contigo y me intente dar un abrazo o que tú intentes jugar conmigo haciéndome cosquillas. Mira, incluso se me ocurre que cuando te vayas a presentar, me hagas una presentación con pictogramas para saber quién eres; bueno, esto último es para gente brillante, pero seguro que alguien lo hace algún día.

Lo que no es integrarme es tratarme diferente que al resto de niños de mi edad, es decir no hacer las mismas cosas que se hacen con el resto.

Son detalles, simplemente detalles que pueden ayudar mucho.

Si vamos a comer un grupo de adultos y de niños no dejes una silla al lado de mi madre, siéntame con el resto de niños.

Si los niños se van a por un helado después de comer, levántate y llévame con ellos no me dejes sentado oyendo conversaciones de mayores mientras os tomáis un chupito color verde que parece para limpiar los platos.

Y siempre, siempre tienes que intentarlo, porque a mi lado están mis padres y si ven que haces algo que no es integración sino exposición al peligro, ellos te pararán.

Para que yo pueda llegar al Everest, necesito primero andar por las sendas de la montañas y no sé hacerlo solo. Necesito que me ayudes. Que me integres. Como te digo, mi vida es el Everest y de verdad, sería demasiado injusto que no sólo no llevaras mi mochila sino que encima metieras piedras en ella.

Si quiero tocar las cimas de mis posibilidades no hay más remedio que tú me ayudes; me ayudas integrándome, haciendo que mi diferencia sea sólo eso, diferencia, y no la base de los prejuicios y los comportamientos erróneos, ni las excusas para que me apartes aún más de la normalidad.

Cuando me veas la próxima vez intenta que tu hijo me dé un abrazo. Verás como si sigues mis consejos cada vez el mío estará más cerca.

Necesito que me ayudes a andar el camino ¡no lo olvides!

-Reflexiones de un autista.

 


Fotografía: David Martín