Me han hablado de una cosa que es lo último que se pierde y que es de color verde. No sé qué es, pero alguna gente, la quiere y la desea. Muchos de ellos ponen en sus manos el futuro de su enfermedad, el trabajo que nunca sale o los besos que nunca dieron a la chica que tanto amaron.

Es el jarabe de los desesperados y la cuerda a la que se agarra el estudiante que no estudia. La abraza el que menos corre para ganar la carrera, el que es muy feo y no liga nada y el que se va a la playa sabiendo que va a llover y se quiere bañar.

Es el último suspiro de los desahuciados y el asa al que se agarran los ignorantes que creen que pueden dejar todo en sus manos. La abraza el que no come azúcar porque es diabético y el equipo de fútbol que quiere ganar una liga sabiendo que es uno de los peores equipos que compiten.

El niño huérfano que quiere conocer a sus padres suspira por ella y el que vive de la cosecha la nombra todas las noches cuando la sequía se hace la reina de sus campos.

Le gusta ser acompañante de palabras que a fuerza de mucho repetir ya se quedan grabadas a fuego lento en nuestra mente: no pierdas ”……….” seguro que algún día regresa; ten”…….” seguro que encuentras trabajo.

Y así, con esta señora bailamos todos los días los padres que tenemos un hijo con TEA. Porque creemos que algún día todo cambiará; por ello, a esta gran señora la llevamos a casa después de una noche de copas en la que se dio a la bebida, porque ella también tiene necesidad de olvidar; la arropamos y ni se nos ocurre intentar besarla, porque queremos que nos vea como fieles seguidores que daríamos nuestra alma si alguna vez nos hiciera caso.

Y aunque a veces sabemos que nunca aparecerá en nuestras vidas, renunciamos a olvidarla y a pensar que mañana todo seguirá igual.

La llamamos Esperanza, pero nos gustaría que se pusiera el disfraz de certeza o que nos presentara a su amiga seguridad. Sin embargo, cuando la nombramos muchas veces el estómago se nos llena de grietas porque viene seguida de unas palabras que siempre odié y que rezan que ella es lo último que se pierde.

Nunca me gustaron estos conceptos: ni el último, ni perder… pienso que tiene algo de desdicha nuestra amiga Esperanza porque aquel que la pronuncia muchas veces ha perdido las ganas de luchar y de seguir hacia delante. Parece que le otorgamos cierto poder en el que no creo mucho.

Por eso, cuando me voy de cañas, me gusta mejor invitar al trabajo y que llame a la constancia y junto con la fuerza de voluntad echamos aperitivos de esos que ves al sol acostarse y despertarse a la luna.

Desde este pequeño lugar, mi querida esperanza, te deseo lo mejor y quizás no te perderé nunca porque nunca te tuve. Prefiero confiar en mi hijo, en mí y en los míos para que Lucas tenga una vida en la que sea lo más feliz posible, que en definitiva es para lo que estamos aquí.

Reflexiones de una persona con autismo


Fotografía: David Martín