Esta noche ha pasado algo increíble, algo que no tenía explicación hasta que el sol nos despertó y nos dio todas las respuestas al gran enigma de los “Besos Dulces”.

Cierto es que me quedé dormido antes que tú, con lo cual tuviste una hora casi para campar a tus anchas por la casa y así tramar el plan que tenías en tu cabeza, que yo no sería capaz de resolver hasta el día siguiente.

Dormíamos como hacemos todas las noches, a ratos con la mano cogida y a ratos solamente con el presentimiento de que estabas a mi lado. Sin embargo, ya lo hemos convertido en una buena costumbre, cuando despierto a media noche te busco, te aprieto entre mis brazos y después de decirte TE QUIERO LUCAS y darte un beso, sigo durmiendo mejor que antes.

Como muchas noches pasa me desperté de madrugada, en ese estado en el que estás más cerca de seguir durmiendo que de seguir despierto, te busqué, te abracé y ya noté algo muy curioso, estabas como lleno de unos granos muy finos que parecían arena de playa. Te besé y de manera increíble sabías a azúcar y a canela.

El sueño rápidamente me venció y, entre que no entendía nada y ese buen sabor en mis labios, volví a caer en un placentero duermevela en el que buscaba respuesta a una pregunta ¿Cómo es posible que Lucas sepa a azúcar? Y con este pensamiento me quedé de nuevo dormido achacando todo al mundo de los sueños que tan raro es.

Sin embargo, la noche no quería que nos fuéramos sin hacer el ritual de nuevo y así me desperté a las dos horas, descubriendo que estabas a mi lado como no podía ser de otra manera de nuevo te abracé y de nuevo sentí que tu piel estaba como llena de cositas muy finas que no podía imaginar. Te besé, de nuevo ese sabor dulce a azúcar y a canela. ¿Qué está ocurriendo? Y te besé de nuevo en la otra mejilla, también sabías dulce, muy dulce.

No quería dormirme sin darle solución a ese enigma que cada vez cobraba más vida y parecía real y no un sueño. Te prometo que hice esfuerzos para quedarme despierto e intentar explicar porque sabías a azúcar y canela, pero el sueño me venció y está vez me venció de manera magistral. Me hizo entrar en un estado profundo en el que permanecí hasta que el sol nos saludó por la mañana.

Como cualquiera que quiere resolver un enigma, me desperté rápido, te besé y efectivamente sabías a azúcar y canela, estabas todo lleno de azúcar, pegajoso en algunos sitios, donde no había azúcar había canela y donde no había azúcar ni canela, islas vacías que querían ser cubiertas con tan dulces compañeras.

Te besé de nuevo para comprobar que era todo real. Sí, lo era. Sabías dulce. Sabías a azúcar y a canela.

Di un salto y me fui por la casa buscando la explicación de los “Besos Dulces”, que seguro que sería sencilla y entendible para todos.

Busqué porque sabía que algo había pasado. Llegué a la cocina. Y así llegó la solución. En ese rato que estuviste despierto más que yo, cogiste las rosquillas de la abuela, una bolsa entera, e hiciste un montón de azúcar, canelas y roscas rotas. Según estaba la cocina, jugaste a revolcarte, a rebozarte y a comerte alguna que otra.

Entonces todo se aclaró. Según estaba la cocina, seguramente creíste estar en la playa y conseguiste crear algo maravilloso: “los besos dulces”.

Se me ha ocurrido, que cuando nos cansemos del azúcar y la canela, le diremos a la abuela que haga rosquillas con sabor a fresa, otro día cambiaremos por sabor a barquillo o a natillas con galleta. De esta manera, iremos creando cada noche nuestro catálogo de besos dulces como hace el buen pastelero.

Solo espero hijo mío que la vida te dé muchos BESOS DULCES con sabor a azúcar y a canela.

Al autismo se le vence con BESOS DULCES, ya se encarga él de darnos BESOS AMARGOS.

Reflexiones de una persona con autismo


Fotografía: David Martín