Aquel niño era diferente. Se enfadaba mucho y se irritaba cuando no se le daba lo que pedía.

Eso, el aleteo de sus manos y sus continuos balanceos le hacían parecer un ser extraordinariamente diferente, pero tenía algo que a los demás les costaba conseguir, él lo hacía sin darse cuenta, como un don, como si no conociera la mentira o no supiera vivir mintiendo a los demás. Era un ser excepcionalmente sincero.

Quizás fue así  cómo empezaron a llamarle LA VERDAD.

Ya no recuerda quien le puso este apodo, pero nunca más nadie le llamó por su nombre, para referirse a él siempre le llamaban: LA VERDAD.

LA VERDAD creció en un mundo verdaderamente hostil para él, pues ni le entendían ni le querían, y a la gran mayoría de la gente le incomodaba pasar una tarde con él, pues LA VERDAD tarde o temprano le haría pasar un rato incómodo que rompía con lo establecido por la sociedad como normal.

En este mundo era normal decirle a alguien que sus zapatos recién comprados eran bonitos para no herirle; para ello, los normalesse habían inventado un concepto que se utilizaba muy a menudo, era popularmente aceptado e incluso se transmitía de generación en generación: las mentiras piadosas.

Según ellos, las mentiras piadosas, podían decirse a los demás para no herirles, sin embargo ni siquiera esas mentiras eran comprendidas por LA VERDAD.

En su entorno ya eran conocidas las historias que le habían hecho casi famoso en el barrio. Como aquella en la que un amigo suyo de toda la vida le dijo que le había dejado su novia de siempre y que la mujer era una mala persona. LA VERDAD, mirando hacia otra parte, le dijo:

.-La mala persona eres tú. Por esto te ha dejado. Nunca estuviste pendiente de ella. Jamás le reconociste nada. Tampoco la hacías feliz. ¿Qué esperabas? ¿Que condenara su vida a que tú un día te levantaras conociendo el amor que se debe tener a tu pareja? Es normal que te dejara. Déjala que busque su felicidad en otro sitio y con otra gente. Y tú sigue tu camino.

Le hizo llorar.

O aquella otra en la que los niños del colegio arrinconaron a un niño más débil y le hicieron que confesara que había sido él, con otros niños, el que había rayado el coche de la directora. LA VERDAD, al oír que habían expulsado a ese niño, fue al despacho de la Directora y dio nombre y apellidos de los que realmente habían cometido dicha fechoría.

Su concepto del mundo y de los hechos no le permitían que LA MENTIRA fuera impuesta por los más fuertes para salirse con la suya.

Y así, a base de ser cómo era, terriblemente sincero y sin gota de mala intención, se fue quedando solo. Resultó que LA VERDAD no fue aceptado por los normales. No le querían. Contaban sus historias y le admiraban en silencio, pero les asustaba estar a su lado. Escogieron el camino de darle de lado a LA VERDAD y así pasó el tiempo.

Ese niño diferente creció y él seguía igual. Nunca cambió. Nunca cedió y siempre en su vida dijo la verdad, por incómoda que fuera.

Fue apartado, no fue querido, decían que era diferente y en vez de intentar entenderle, apostaron por excluirle porque no era “igual que ellos”.

Un día, los habitantes de aquel pueblo tan extraño recibieron todos ellos una foto con una nota que remitía LA VERDAD.

“Podrás excluirme, pero ten en cuenta que hay una verdad inmutable, universal y fijada desde el inicio de los tiempos: estamos aquí de paso, vas a morir y por eso el poco tiempo que estés deberías de procurar hacer feliz al resto y así acercarte tú mismo a la felicidad”

Dejaron de lado a LA VERDAD, pero doblegaron ante LA MUERTE.

A las personas diferentes hay que entenderlas e incluirlas, no excluirlas o puede ser que un día nos demos cuenta que los que tenían razón eran aquellos que nosotros decidimos apartar.

 

Reflexiones de una persona con autismo