Y justo en ese instante el tiempo se paró…
Creo que no éramos conscientes de que sería la última palabra que diría nuestro hijo Lucas.
Siendo sincero no sé qué palabra fue: ¿agua? ¿Chocolate? ¿Mamá??? ¿Zumo? qué más da…, el caso es que esa maldita palabra venía vestida de negro y, sin nosotros saberlo, estaba asistiendo al funeral del lenguaje de mi hijo, que con ella moría.
Y el tiempo se para… Ya nada es igual.
Cuando llegas a casa tu hijo sale a darte un beso, pero ya no te dice papá y ahí te das cuenta de que la vida ha cambiado.
No soy dado a las comparaciones, pero esto si lo merece. La sensación que tenemos mi mujer y yo cuando vemos que le decimos una y otra vez a Lucas lo mucho que le queremos y no obtenemos respuesta es la misma que se debe sentir si en el altar le preguntan a tu mujer si quiere casarse contigo y ella se queda callada. No es que diga que NO, ni tampoco SI, simplemente silencio; o la de aquel joven que le pregunta a la niña que le gusta si la puede besar, ella le mira, y simplemente silencio.
Y el tiempo ya jamás es igual…
Esperas, siempre esperas a que haya una respuesta. Los médicos dijeron que a lo mejor algún día hablaría pero el tiempo pasa y ves como tus preguntas mueren sin una respuesta y tu esperanza de volver a escuchar a tu hijo muere un poquito con cada una de ellas. A los pocos días renace la “maldita esperanza”: a lo mejor un día habla, sin embargo el tiempo sigue pasando poniéndote cada día delante que tu hijo no dice una sola palabra, ningún avance, ninguna palabra ni intención de decirla. Solo, Silencio.
Y el tiempo se convierte en aliado del silencio…
Que tu hijo no atienda una orden, que no sepas entender determinadas conductas, que te miren por la calle, que te la lie en un restaurante, todo eso pasa a un segundo plano comparado con el silencio. Porque todo lo demás lo puedes trabajar; puedes poner algo de tu parte para que no suceda, pero ¿Qué podemos hacer mi mujer y yo para que Lucas hable? Sí, sí, llevarle a logopedas, neurólogos, psicólogos, colegios especiales, etc. Todo esto lo hicimos, lo hacemos y lo haremos, pero el silencio se ha aliado con el tiempo. El tiempo pasa y el silencio cada vez es más grande y pesa más.
Y algún día ya no habrá más tiempo…
La vida es así, hasta el tiempo se agota. Habrá algún día que ya no tendremos tiempo. No sé decir si antes asumiré al 100% que mi hijo no va a hablar nunca. De momento no lo he asumido, aunque siempre la esperanza tiene un hueco en mi pensamiento y me dice: ¡tranquilo! algún día sucederá.
El tiempo, que a veces es aliado para olvidar los malos momentos, es mal aliado cuando quieres que pase algo y no pasa. Y así, cada vez que pasa más tiempo, mi esperanza se muere un poquito.
Y justo en ese instante el tiempo se paró…
Reflexiones de una persona con autismo
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