Dicen que hubo una vez un caballero que galopaba a lomos de un corcel blanco y que no eran como los demás. La gente de las aldeas los tildaban de locos y diferentes. Uno no hablaba, el otro nunca relinchó.

En el pueblo, la gran mayoría les quería pues eran pareja de rituales rutinarios y veían cosas que el resto no conseguía vislumbrar.

El caballero movía sus manos cuando galopaba a lomos de él, y él solo podía darle cariño desde su alma de animal sin inteligencia humana.

Un día el caballo murió y el jinete no se inmutó, o eso parecía a los ojos de los que habían decidido que lo normal era que el caballero también muriera de pena. Pero no fue así. El caballero siguió solo. Yendo a los mismos sitios, haciendo las mismas cosas que hacía cuando montaba a su compañero del alma.

La gente del pueblo decidió, y lo hizo basándose en sus costumbres y en lo que menos les comprometía, que el caballero era un ser raro; un ser al que había que excluir y no hacer caso, total no hablaba, no sé relacionaba, qué más daba. Era más fácil para todos excluirle que preocuparse por incluirle. Les comprometía menos como seres humanos el obviarle que el hacerle caso. Con lo cual le dejaron de lado.

Pero ese caballero nunca se lo reprochó, nunca dijo nada. Solo hacía lo mismo que cuando cabalgaba a lomos de su caballo. Era rutinario en sus acciones pero también en el amor al prójimo, sobre todo porque cumplía un principio que entre humanos es un don preciado: trátame siempre igual, no me hagas el bien ni el mal simplemente trátame siempre igual, con eso me conformo.

Y así pasó el tiempo. Y así se olvidaron de él. Y así un día el caballero enfermó.

Ya poco le quedaba de vida pero él se sentía feliz pues, aunque nadie le entendiera, sabía que le quedaba poco para reunirse con su viejo amigo.

Con la soledad del bosque sabía que iba a morir, poco le quedaba… Cuando sus ojos iban a cerrarse para siempre vio venir a la gente de la aldea, todos en silencio, todos aceptando que ya no podrían recuperar en muerte lo que no habían hecho en vida. Ese día el llanto de los que se creían normales inundó el alma del caballo blanco que nunca existió y que solamente vieron aquellos aldeanos que nunca olvidaron que la diferencia sólo depende de cosas que tú imaginas, y que la vida dura tan poco que es absurdo excluir a nadie por diferente que parezca…

El caballero murió con una sonrisa en la cara.

 

Reflexiones de una persona con autismo