Mi hijo no podrá pelar un cacahuete
Ni poner en el grupo de chat de whatsap de las familia: os quiero
Ni pedir un helado de chocolate
Ni decirle a sus chica, dame un beso
Ni pedir sal cuando el filete esté soso
Ni preguntar por la Cibeles, ni por Neptuno para celebrar que su equipo ha ganado la liga pues no sabe cual es
Ni abrocharse un cordón
Ni pedir otro cuchillo pues el suyo no corta la carne
Ni pedir aceitunas con una caña
Ni decir lo siento cuando se equivoque
Ni decir la hora cuando se la pregunten
Ni decir si le gusta o no el mar
Ni podrá de por que echa de menos tus caricias
Ni podrá llamar a su amigo para que baje a jugar
Ni pedir que les rasques la espalda porque él no llega a
Ni pedir agua porque el cocinero se le fue la mano con el picante
Ni pedir la barra de pan más tostada
Y es que igual que otras veces he defendido que la felicidad está en las pequeñas cosas, también el no poder tenerlas genera infelicidad. Es inevitable pensar la cantidad de cosas que mi hijo “no podrá”. Es cierto que me tengo que enfocar en las que sí podrá hacer, porque si no la vida sería como caminar descalzo por un campo de cristales. Sin embargo, hay momentos en los que es inevitable pensar en ello. Y hoy es un día de esos.
Vámonos a la cama y a que termine el día, porque hay días que la única solución para que no duelan es que se terminen.
Reflexiones de una persona con autismo
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