por F. Paredes | 9 Abr, 2018 | Lucas habla
Si abres tus brazos que sea para abrazarme, y si pones tus labios para besar que sea para besarme. No hagas cosas que vayan en contra de la inercia natural de lo que sientes por mí.
Que tus acciones sean sinónimo de integración y no el resultado de la suma de tu indiferencia y tu poca solidaridad, que al final es la exclusión.
NO te pido más cariño del que puedas darme, ni sacrificios que te suponga abandonar tus obligaciones principales. Solo quiero que sigas el principio general de ayudar al más débil.
Que tus ojos no me miren como algo que no debería haber pasado y no busques en tus Dioses la justificación para no echarme una mano.
Que si te quieres acercar a mí, lo hagas sin miedo. Que la paciencia siempre trae sus recompensas y hay caminos que cuesta andar más que otros.
Que tus palabras sean siempre el principio del discurso del ánimo y de la motivación y no uses el lenguaje para despreciar mis posibilidades de aprendizaje comparándome con el resto.
Necesito que tus manos tiren de mí para meterme dentro de la sociedad que hemos creado, y no que empujes hacia afuera pues desgraciadamente de eso, sin quererlo, ya me encargo yo.
Tu dinero no lo quiero, ni tus juguetes, ni tus brindis al sol, quiero tus caricias, tus besos y tus abrazos. Pues aun cuando veas que cuesta mucho dármelos cuando lo consigas te sabrán diferentes y mejor que los otros que regalas sin conocimiento.
Necesito que tus pensamientos y tus acciones se alineen cuando quieras acercarte a mí. Y que lo que hagas con respecto a mí, no sea simplemente agua tibia para limpiar tu conciencia.
Necesito que guardes los posibles cuchillos que tengas preparados para clavarlos en las espaldas de tus enemigos, porque conmigo no los vas a necesitar. En mi mundo las armas son de gomaespuma y las únicas bombas que conocemos son las que estallan al explotar las piñatas llenas de chuches.
Tráeme chocolate, miel y azúcar en tus caricias; que tus besos sepan a flores y que tus miradas sean tiernas como las galletas que mojo en leche. Conmigo no conseguirás nada si alzas la voz y miras para otro lado. Conmigo no vas bien si intentas jugar como con el resto, mi mundo es diferente y dependo claramente de tu capacidad para entenderlo.
Sé que todo esto que pido es mucho y no quiero aprovechar mi debilidad para pedirte cosas que no puedas hacer. Toda carrera empieza con un primer paso, y tú tienes que darlo conmigo.
Simplemente la próxima vez que me veas, tócate la cabeza con tu mano derecha y dime: ¡¡¡hola Lucas¡¡¡ con eso has empezado a llamar a la puertas de entrada de mi mundo.
Lo que necesito es simplemente que me digas ¡Hola! y a partir de ahí entrarás en un mundo, nuevo para ti, que solo te traerá alegrías. ¡Atrévete!
-Reflexiones de una persona con autismo.
Fotografía: Blanca Martín, 7 años (hija de David Martín)
por F. Paredes | 26 Feb, 2018 | Padres
Es tan frustrante el comportamiento que a veces se quitan las ganas de seguir adelante.
Son tan desesperantes los retrocesos en el aprendizaje y tan desconcertantes que solo tienes ganas de llorar.
Es tan complicado llegar a entender determinadas conductas, que solo quieres que termine el día y esperar que mañana sea un poco mejor.
Es tan alarmante que no te entienda, que tienes ganas de correr e irte lejos muy lejos.
Es tan desconcertante, que piensas que no saldréis adelante ni tú ni él.
Es tan penoso, que piensas que no hay razones para continuar y deseas que la partida termine aunque vayas perdiendo todas tus fichas.
Es tan duro, que tienes la certeza de que no acabarás la carrera y que te da igual la misma pues no sabes nunca dónde está la meta.
Es tan doloroso, que te acostumbras a desayunar leche con dolor y cenar huevos fritos con frustración.
Es todo tan difuso, que ya no ves más que niebla en los días soleados y los días fríos te dan igual.
Es todo tan dudoso, que ya no crees en ti mismo y no metes ni una ficha en la ruleta de tu vida apostando por ti.
Es tan cansado, que prefieres no hablar con nadie y quedarte solo en el barro de tus miserias y beber tus batidos preferidos de pensamientos negativos.
Pero cuando solo ves noche y cuando sabes que el sol ya no visitará tu hogar aparece un principio general que derrumba todos los principios anteriores y te llena de fuerza, porque sabes que él te necesita.
Ese principio es simple y está ahí desde el comienzo de los tiempos: es tu hijo y es lo que más quieres en este mundo… entonces te levantas y sigues. No te queda más remedio. Porque sabes que él te necesita a tu lado. Así de simple.
-Reflexiones de una persona con autismo.
Fotografía: David Martín
por F. Paredes | 18 Ene, 2018 | Lucas habla
No solo es montañero el que sube el Everest, también lo es aquel que va todos los domingos a la montaña y simplemente camina por ella.
Por eso, para integrarme no es necesario que hagas 23 maratones con una camiseta que ponga Reflexiones de una persona con autismo o que crees una fundación con el nombre de Ayudemos a Lucas.
La integración empieza por tu círculo más cercano, por pequeños detalles que puedes hacer en tu día a día y que servirán para que mi diferencia con el resto cada vez sea mejor entendida por todos.
Integrarme es por ejemplo: intentar que tu hijo se acerque contigo y me intente dar un abrazo o que tú intentes jugar conmigo haciéndome cosquillas. Mira, incluso se me ocurre que cuando te vayas a presentar, me hagas una presentación con pictogramas para saber quién eres; bueno, esto último es para gente brillante, pero seguro que alguien lo hace algún día.
Lo que no es integrarme es tratarme diferente que al resto de niños de mi edad, es decir no hacer las mismas cosas que se hacen con el resto.
Son detalles, simplemente detalles que pueden ayudar mucho.
Si vamos a comer un grupo de adultos y de niños no dejes una silla al lado de mi madre, siéntame con el resto de niños.
Si los niños se van a por un helado después de comer, levántate y llévame con ellos no me dejes sentado oyendo conversaciones de mayores mientras os tomáis un chupito color verde que parece para limpiar los platos.
Y siempre, siempre tienes que intentarlo, porque a mi lado están mis padres y si ven que haces algo que no es integración sino exposición al peligro, ellos te pararán.
Para que yo pueda llegar al Everest, necesito primero andar por las sendas de la montañas y no sé hacerlo solo. Necesito que me ayudes. Que me integres. Como te digo, mi vida es el Everest y de verdad, sería demasiado injusto que no sólo no llevaras mi mochila sino que encima metieras piedras en ella.
Si quiero tocar las cimas de mis posibilidades no hay más remedio que tú me ayudes; me ayudas integrándome, haciendo que mi diferencia sea sólo eso, diferencia, y no la base de los prejuicios y los comportamientos erróneos, ni las excusas para que me apartes aún más de la normalidad.
Cuando me veas la próxima vez intenta que tu hijo me dé un abrazo. Verás como si sigues mis consejos cada vez el mío estará más cerca.
Necesito que me ayudes a andar el camino ¡no lo olvides!
-Reflexiones de un autista.
Fotografía: David Martín
por F. Paredes | 4 Ene, 2018 | Lucas habla
Por favor, no hables como si no estuviera.
El concepto “da igual no entiende” solamente existe en tu cabeza. ¿Sabes por qué? Porque realmente no sabes lo que entiendo o no entiendo. Una cosa es que no hable y otra cosa es que no esté entendiendo lo que dices. Por eso es muy importante que no hables como si no estuviera.
Delante de mí, obvia temas al igual que lo harías con cualquier otro niño. Sé sumamente cuidadoso con tus palabras, porque lo que no sabes es que a lo mejor en un rato tiro un vaso de agua y te cae encima y ha sido por lo que has dicho…. ¿podría pasar verdad? Porque no sabes lo que entiendo. Nunca tiraré un vaso de agua para mancharte, pues eso lo hacen las malas personas y yo no lo soy.
Cuando hables conmigo, háblame con el vocabulario que hablarías a un niño de mi edad. No me trates como un bebé y tampoco como a un superdotado. No soy ninguna de las dos cosas. Simplemente soy una persona con autismo que usa y utiliza otro sistema de comunicación diferente al tuyo, pero esto no quiere decir que no comprenda el tuyo.
Dame órdenes simples, no te enredes en explicaciones largas que son propias de adultos, a los que les gusta adornar en elogios y en regañinas. Si me ves en peligro, dime simplemente: ¡NO Lucas, peligro!. No me digas: Lucas, ten cuidado con cruzar la carretera porque puede venir un coche y entonces te puede pillar y eso puede ser peligroso para ti… seguramente me haya quedado en la primera palabra, porque mi nombre me encanta.
Por favor, modera el tono. Intenta bajarlo. Al tiempo que oigo lo que dices, estoy oyendo: al niño llorar, al coche arrancar, el vaso que se cae, la niña que ríe, el camarero que pide una cerveza… piensa en que todo esto me está llegando a la vez. Si tu tono está por encima del ruido que de por sí ya me llega, inclinarás la balanza hacia el lado de ESMEJORNOHACERCASO a más ruido. Si subes la voz conseguirás que tus palabras se conviertan solo en ruido para mí.
Por último, no desistas nunca aunque no te responda igual que los demás. Ante una palabra tuya mi respuesta es desconocida para ti. A lo mejor es una sonrisa, una simple caricia o acercarme a ti más que al resto. Detecta estas correspondencias entre tus palabras y mis actos y de esta forma alguna vez te daré la llave que abre el castillo de mi silencio.
Y alguna vez seguro que tendremos una hermosa conversación.
-Reflexiones de un autista.
Fotografía: David Martín
por F. Paredes | 2 Ene, 2018 | Formación
La tarde era apacible y la mar estaba en calma. Sinceramente no sé cómo pasó. Vi unas nubes grises en el horizonte, muy grises, que se tornaban negras a medida que íbamos hacia ellas o ellas hacia nosotros.
El caso es que el siguiente recuerdo que tengo es una tormenta que nació en el infierno y mi cabeza golpeando contra el casco del barco, no recuerdo más…
Me despertó el sol brillante que había secado mis ropas y la sangre que tenía en mi cabeza. La playa era de arena fina y vi palmeras como si de soldados desfilando se trataran. El sol entraba en el círculo que dejaban sus cabezas, que a veces se unían y a veces no.
Estaba rodeados de chicos que tenían apariencia normal, pero que hablaban de formas muy diferentes: tenía miedo. Una se acercó y tocó mi cara, dijo guapa, cara guapa… guapa, cara guapa; se apartó dos o tres pasos e hizo que su cuerpo se balanceara, volviendo pronto a tocarme la cara y a decirme lo mismo. El miedo cada vez se iba haciendo más amigo mío.
Agua, ¡quiero agua!, les dije, les grité… pero nadie me decía nada. Todos andaban en distintas direcciones y yo no entendía lo que ocurría. Me fijé, y es cierto que algunos de ellos tenían o hacían cosas iguales, se tapaban los oídos y tres o cuatro se habían quitado la ropa como si quisieran que el viento les tocara el cuerpo.
Por favor, ¡necesito agua, quiero agua!
Mi frustración y mi ansiedad aumentaban; estaba rodeado de gente y nadie me entendía. ¡¿Qué estaba pasando?!
De repente, uno de ellos empezó a gritar sin motivo aparente, y no solo consiguió asustarme por el estímulo auditivo que no esperaba, sino que consiguió que mi miedo fuera en aumento. Me di cuenta de que instintivamente yo también me tapé los oídos y escondí la cabeza entre mis piernas pues pensaba que me iban a pegar. No fue así. Sólo eran gritos, sin motivos, pero gritos al fin y al cabo.
Por fin me di cuenta de que no me iban hacer daño y me levanté. Creo que fui uno a uno, grupo por grupo, de dos en dos… a todos les decía lo mismo: ¡agua por favor, agua!. Pero no me entendían.
El miedo iba en aumento y tuve la sensación de que estaba muy próximo el momento en el que no sabría controlarlo. Y según pensaba esto, una bocanada de ansiedad llenó mi estómago y no sé como empecé a chillar: AGUA, POR FAVOR, AGUA, AGUA, AGUA.
Había perdido el control. Estaba claramente en un ataque de nervios, o como dicen refiriéndose a los niños pequeños, en una rabieta, fruto de la frustración y de la imposibilidad de hacerme entender. ¡¡Por Dios, sólo quería agua!!
Cuando fui capaz de calmarme, vi aquella botella de cristal en la playa que llegaba con la penúltima ola; me fijé y dentro había un mensaje. Pero ¿qué estaba pasando era el mundo al revés? ¡El que tenía que haber mandado la botella era yo! ¡Yo era el náufrago en aquella isla llena de personas que no me entendían!
Hice lo que hubiera hecho cualquiera, quité el tapón y leí el mensaje; era corto y se alegraba de mi llegada: BIENVENIDO A LA ISLA DEL AUTISMO, NOS ALEGRAMOS DE QUE VEAS LO QUE SE SIENTE. JAMÁS SALDRÁS DE AQUÍ. Las lágrimas cayeron por mis mejillas.
El calor hizo que me despertara. Había sido todo un mal sueño. Oía la voz de mi padre que con el buen tiempo se había puesto a pescar en la proa de aquel barco.
Eran las primeras vacaciones que pasábamos en un barco. Mi padre había tenido la brillante idea de que nos fuéramos a pasar 7 días a las Islas toda la familia junta.
¿Cómo está mi chico? preguntó mi madre. No pude contestarle, solamente pensaba en aquel chico con autismo, que el día anterior había sido diana de mis burlas en el patio del colegio porque se golpeaba la cabeza y aleteaba sus manos cuando me vio con una botella de agua que siempre compro para el recreo.
¡¡Sólo quería agua!! Y yo me reí y me burle de él. Ahora pensaba: ¡Jamás volverá a pasar esto! mientras la pena me embargaba por haber tenido que pasar por la experiencia, aunque fuera soñando, para darme cuenta de que debemos ser respetuosos con todo el mundo, por muy diferentes que sean.
-Reflexiones de un autista.
Fotografía: David Martín
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