Aquel día la sopa olía a pescado muerto y en el salón, donde siempre se estaba bien, hacía mucho frío.

Mi madre me sirvió el segundo plato con la sentencia: ahora cuando venga tu padre quiere hablar contigo…

Sabía que, el verme mi padre, no era ni para darme ánimos ni para desearme lo mejor en mi relación. Lo notaba en la cara de mi madre que tenía los surcos de los ojos marcados de tanto llorar. Su educación hacía que mandaran “al patriarca de la casa” para hacerme desistir.

Le pregunté a mi madre que qué quería Papá; mientras ella, con un Tú ya lo sabes, recogió las sobras de la cena que casi no toqué porque de repente el estómago se me había hecho más pequeño.

Y un rato más tarde, allí estábamos los tres sentados; en el salón de casa, como se hace con los vendedores de puerta fría que van a venderte cambiar de compañía eléctrica.

Mi padre siempre se caracterizó por ser persona directa y franca en sus conflictos. Sin más y mirándome a los ojos, pues valentía nunca le faltó, me lo dijo:

.-TIENES QUE DEJARLA. No había más argumentos. No existían razones lógicas. Todo se basaba en el “aquí se hace lo que dice tu padre” y “tú no eres quién para contradecirme”.

Realmente encaró el asunto como únicamente se podía encarar, con la autoridad que caracteriza a un padre sin argumentos que creía que cortando la planta de raíz podría conseguir que su hijo no sufriera.

Yo eso lo entendía; pero si a él le faltaban argumentos, a mí me sobraban para seguir con ella.

.-Mira papá, te entiendo; y comprendo que hoy vengas aquí con el único argumento del padre que quiere cortar algo por el bien de su hijo. Pero te diré una cosa. Tus palabras, están llenas de ignorancia, llenas de prejuicios, de malentendidos y de un miedo atroz al qué dirán o al que opinarán los familiares, los vecinos o los compañeros de trabajo. Todo eso me da igual. Yo la quiero.

¿Soy joven? Sí, eso no te lo puedo discutir, pero sí te puedo discutir que el amor no entiende de edades, ni de diferencias ni de desigualdades. Que el amor por ella, no es fruto de la pena, ni del abuso de una mente superior sobre otra más débil. NO tienes ni idea. NO sabes, ni tú ni nadie como es su mente. Lo que si sabes es como soy yo. Y yo soy una buena persona, que se ha enamorado simplemente de una persona diferente. Y en ella he encontrado mi mejor amiga y la persona con la que quiero pasar el resto de mis días, que seguramente serán diferentes al del resto de parejas, eso lo tengo claro. Pero para eso tenemos el amor que nos profesamos y que nos ayudará cuando las cosas se pongan difíciles.

Piensa en qué tenías tú cuando te enamoraste; seguramente desayunabas incertidumbre y cenabas miedo si mamá no te llamaba. Seguramente veías nubes en el futuro que no sabías si traerían sol o lluvia, pero eso te dio igual. Y te daba igual porque sabías que te mojaras o sudaras de calor, lo importante es que ella estaría a tu lado. Y eso es lo que me importa a mí.

¿Que no ve el mundo como yo? Pues claro, yo tampoco lo veo como tú y por eso nadie me ha impedido quererte como al mejor padre del mundo.

Todos somos diferentes, pero ante el amor nos igualamos y hacemos que la unión de dos sea más que el uno más uno. Por eso cuando a ella le falte algo para la unidad, yo seré más de la unidad para al final sumar más de dos.

Piensa simplemente que me he enamorado de UNA PERSONA CON AUTISMO y eso nada tiene que ver con una vida nefasta y complicada. La vida la hacemos nosotros, no el AUTISMO. Y ella y yo nos vamos a encargar de hacer una vida maravillosa para nosotros dos. Lo demás sobra.

Papá, recuerda, la diferencia de las personas sólo radica en como tú lo admitas y nadie es más que nadie ni menos que nadie por ser diferente. La verdadera bondad del ser humano consiste en la igualdad y el respeto ante las diferencias de su prójimo. Y solamente así podrás entender mi relación. Me encargaré personalmente de hacerte ver que el AUTISMO derrota muchas cosas, pero nunca pudo con EL AMOR.

Te quiero papá y jamás voy a dejarla.

-Reflexiones de una persona con autismo.

 


Fotografía: David Martín